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Discurso de Viktor Orbán pronunciado en la celebración del 65º aniversario de la revolución y lucha por la libertad de 1956

¡Buenas tardes, Húngaros! ¡Buenas tardes, Polacos! ¡Buenas tardes, Italianos!

Saludo con respeto al pueblo de la libertad en la capital de la nación. Hace mucho tiempo que no nos veíamos. Hay mucho que discutir esta tarde. Pero, antes que nada, que conmemoremos. Conmemoramos los días pasados hace 65 años, además aquella tarde que pasó hace quince años. Este recinto no es usual. Hace quince años, sobre esta hora, aquí se miraban cara a cara el pasado y el presente. Hace quince años los jóvenes comunistas cambiaron el 23 de octubre en el 4 de noviembre. En un lado había granadas de gas lacrimógeno, balas de goma, bastones retractiles, uniformes sin señales de identificación y cañones de agua. En el otro lado estaba la nación engañada y humillada, que pasados cincuenta años tuvo que escuchar de nuevo que le habían mentido día y noche. En un lado estaba el poder adquirido con centenares de trucos y guardado con uñas y dientes, en el otro estaba la gente decepcionada, reunida detrás de las gigantescas letras de la libertad.

Hay momentos en la vida de las naciones cuando de repente todo el mundo siente que basta, que las cosas no pueden seguir de la manera en la que han pasado antes. Hay que decidir, y nuestra decisión refleja quiénes somos en realidad. Se revela lo que vale toda una nación. Queda callado o protesta, se resigna o se rebela, desvía la mirada o se alza, se retira con la cabeza baja o lucha. Es cuando no puedes esconderte, porque una verdad superior se hace visible de manera imperiosa y te obliga hacer frente: tienes que ponerte en uno o en el otro lado. En un abrir y cerrar los ojos se descubre quién es bueno y quién es malo, quiénes se han colocado al lado bueno o malo de la historia. Nosotros, los húngaros, hemos tomado la buena decisión. Hemos protestado, nos hemos alzado, nos hemos rebelado y hemos luchado. Libertad contra servidumbre, independencia contra ocupación, patriotas húngaros contra comunistas. Conmemoramos aquel maravilloso día, cuando nosotros, los húngaros mostramos a nosotros mismos, al mundo y a nuestros enemigos, quienes realmente somos. Recordamos aquel día, cuando no nos preguntamos si Dios estaba con nosotros, sino si nosotros estábamos con Dios. Un enorme poder se derramó en nosotros y se estremecieron los pilares del régimen del comunismo. Recordamos aquel instante que vivirá eternamente en la memoria de las naciones libres del mundo. La nación de los húngaros se recuperó en un instante y “el nombre húngaro volvió a sonar bonito, digno a su antigua y gran fama.” Recordamos aquel momento en el que quiso lo mismo el cardenal y el tornero, los académicos y los chavales de Pest, el archiduque y el partisano convertido en Ministro de Defensa. Recordamos aquel impulso que nos tocó y atravesó el telón de acero que había separado las distintas partes de la nación, e impregnó las reuniones de estudiantes en Transilvania y las celdas de prisiones de Gherla-Szamosújvár. Mansfeld, Wittner, Szabó, Pongrác, Nagy y Mindszenty. Les miramos y vemos una sola nación. Una orgullosa nación húngara, a la que pertenecemos todos nosotros. ¡Gloria a los héroes!

Esta Hungría fue desafiada de nuevo por la nueva generación de los comunistas en 2006. Llegaron al poder a costa de mentiras. Prometieron reducción de impuestos, luego subieron impuestos. Tasas diarias en los hospitales, tasas de consultas médicas, tarifas astronómicas de gastos generales de las viviendas. Anularon la decimotercera pensión mensual y suprimieron las prestaciones familiares. Conspirando con el mundillo bancario internacional atrajeron a cientos de miles de familias a la trampa de los préstamos en moneda extranjera. Vendieron el país, traspasaron todo a los extranjeros: aeropuertos, empresas nacionales de suministro de energía, proveedores públicos. Y tras haber saqueado el país y haberlo llevado a la quiebra, nos ataron al cuello la correa del FMI. ¡Tomad, húngaros cojos, he aquí una joroba! Y cuando levantamos la voz, respondieron con gas lacrimógeno, balas de goma y cargas de caballería. Dispararon contra ojos, golpearon con porras a mujeres indefensas y a gente mayor. En este lugar, donde estamos ahora, hace quince años las calles de Pest estaban cubiertas de violencia, sangre y lágrimas. Todo esto sucedió en el quincuagésimo aniversario de la revolución del 56, ante los ojos de todo el mundo. Lo diré lento, para que todos lo entiendan: jamás nos olvidaremos de esto.

Señoras y Señores,

El humor ingenioso de Pest dice que no debes resentirte, cuando tengas motivos para ello, sino cuando valga la pena. Y nosotros esperamos el momento adecuado. Esperamos cuatro largos años con paciencia, en alerta, para desquitarnos. Dios fue justo: ellos recibieron lo mismo como castigo, que nosotros como recompensa: nuestra victoria electoral de dos tercios. Nos unimos de igual manera que en el 56, y barrimos a la Hungría socialista. En 1956, Ernő Gerő y sus camaradas huyeron a la desbandada a Moscú, en 2006 no tuvimos tanta suerte. Los socialistas y su líder se quedaron aquí, no se quitaron de encima. Se quedó él, y desde entonces está deambulando entre nosotros, está acechando en la vida pública, como el fantasma del Parlamento. El desquite se da en un solo instante eufórico. No obstante, recuperar lo que había destruido la izquierda, requirió años. Es una gran gracia que mientras tanto, todo el tiempo pudo mantenerse la unidad nacional, con la unión de obreros, ingenieros, agricultores, pequeños y grandes empresarios, científicos, profesores, enfermeros y médicos, logramos limpiar las ruinas. Hemos puesto de pie a Hungría. Hemos generado un millón de nuevos puestos de trabajo. Nos hemos quitado de encima los préstamos en monedas extranjeras, hemos bajado los impuestos, y hemos alcanzado que el año que viene el salario mínimo ya será superior al salario medio de la época de los socialistas. Hemos recuperado los proveedores públicos, bancos y medios de comunicación, y hemos acrecentado los activos nacionales que son una vez y media mayores ahora. Hemos cobrado impuestos a las multinacionales, hemos protegido a las familias y hemos bajado los costos generales de las viviendas al nivel más bajo en toda Europa. Hoy Hungría ya es suficientemente fuerte para apreciar a los mayores y a los jóvenes a la vez. Recuperamos la decimotercera pensión, y el año que viene no pagarán impuestos los jóvenes que se ganan la vida trabajando. A las familias que crían a niños devolveremos el impuesto que han pagado este año. Tenemos nuestro propio mundo húngaro, nuestra vida húngara, tenemos nuestra Constitución que garantiza que nunca puedan volver a hacer con nosotros lo que hicieron en el 56 y en 2006. Hemos traspasado las fronteras que separan las diferentes partes de la nación y hemos reunificado a los húngaros. Hacía falta la voluntad unánime y las manos trabajadoras de muchos millones de personas. De aquellos que creían en la fuerza del amor y de la unión. El honor es suyo, ellos merecen el reconocimiento. Ciertamente, tampoco venía mal que disponíamos de un gobierno robusto y capaz de actuar.

Estimados Señoras y Señores,

Tampoco debemos olvidarnos de que cuando hicimos reducir los gastos generales de las viviendas, cuando arrancamos parte de los beneficios extra de las multinacionales, cuando mandamos a casa el FMI, toda la Unión Europea se nos vino encima. Y también se nos vinieron encima cuando hicimos parar a los migrantes, construimos la valla y protegimos nuestras fronteras. Una decena de primeros ministros se vino en contra de Hungría. Nosotros seguimos aquí, pero ¿quién se acuerda tan solo de cómo se llamaban ellos?
Es la misma vieja cantinela, estimados Presentes que conmemoran. Al igual que en 1849, en 1920, en 1945 y en 1956, los dignatarios europeos otra vez quieren tomar decisiones sobre nosotros, por encima de nosotros y sin nosotros. Nos golpean hasta volvernos europeos, sensibles y liberales, aunque eso nos cueste la vida. Bruselas hoy habla y se comporta con nosotros y con los polacos, como se suele hacerlo con los enemigos. Sentimos un déjà vu, el aire de la doctrina Brezhnev impregna Europa. Ya es tiempo de que entiendan también en Bruselas que hasta los comunistas no pudieron con nosotros. Nosotros somos el grano de arena dentro de la máquina, el palo metido entre los radios de la rueda, la astilla debajo de la uña. Somos aquel David que Goliat debería evitar. Somos nosotros los que echaron a pique el comunismo mundial, y somos nosotros que rompimos el primer ladrillo en el Muro de Berlín. Aguantamos mecha también ahora, y solo decimos que los húngaros no tienen razón, sino la tendrán. Y como a la tercera va la vencida, después del asunto de los gastos de viviendas y el de los migrantes, también tendremos razón la tercera vez: habrá referéndum y vamos a proteger a nuestros hijos. Hungría será el primer país en Europa en el que haremos parar la propaganda violenta de LGBTQ ante los muros de las escuelas.

Y tampoco olvidemos que cualquiera que hubiera sido el contrincante, cualquiera hubiera sido al que tuvimos que enfrentar, la izquierda siempre se puso detrás de nosotros y causó daños por donde quiera podía. Todos pueden verlo, de nuevo están organizándose y están intrigando, están diseminando las semillas de descontento, odio, discordia y violencia. Nuestros contrincantes creen que si ponen piel de cordero al lobo, entonces no lo reconoceremos. Pero nosotros en seguida lo reconocemos, y sabemos de él que es el lobo. Y también sabemos que el lobo se comerá a la abuela, incluso, ya se la ha comido, por eso se han desaparecido en la panza de la “colaboración” los que conspiraron con el lobo, y créanme, queda espacio allí para los hombres del minuto que surgirán uno tras otro. Está escrito: Cuídense de los falsos profetas que vienen a ustedes en ropa de oveja. Los conocen por los frutos. Todo árbol bueno produce fruto bueno, pero todo árbol malo produce fruto malo. De verdad, el árbol de la izquierda solo puede dar política de la izquierda. Existe una sola izquierda, por más que se camufle de cualquier manera. Empiezan con mentiras, siguen con violencia y dejan atrás quiebra. Los que hicieron disparar entre la gente hace quince años, hoy están preparándose para subir de nuevo al escenario. Y en algún lugar, más allá del océano, ya está preparándose también el tío George. Cuando hacía falta no vinieron; ahora, que no los hemos llamado, están aquí. Esta vez los ocupantes no quieren imponernos sus Comisarios, sino quieren hacer que sean elegidos. Ahora no tienen armas de fuego, sino Facebook. Me parece que nos han malentendido. Nuestra invitación se refería a la liberación de la ocupación soviética y no a intervenir en nuestra democracia.

Estimados Presentes que conmemoran,

Los que derribaron la estatua de Estalin en 1956, no eran oradores educados, jefes militantes de masas o generales bien capacitados. Los héroes del momento histórico mundial del 56 eran chicos y chicas sencillos del pueblo húngaro, al igual que los que están aquí en esta plaza ahora. Lo que importa hoy no es lo que quieran en Bruselas, Washington y en los medios de comunicación dirigidos desde el extranjero. El destino de los húngaros será decidido por los húngaros también esta vez. El 23 de octubre nos hace recordar que no nos olvidemos de nuestra propia responsabilidad personal. Los mil cien años marcaron en nuestra ADN que aquí, en la Cuenca de los Cárpatos, tenemos que luchar por la libertad día tras día. Para la lucha de libertad hacen falta no solamente corazón e inteligencia, pero también fuerza. Nuestra fuerza, queridos amigos, es nuestra unidad. La unión hace la fuerza. Nosotros estamos unidos porque creemos en lo mismo: en la familia, en la nación y todos creemos en una Hungría fuerte e independiente. Los que protegen a su familia, a su nación contra ataques externos, pueden contar con su inteligencia, con su corazón y con su fuerza, además también con el hecho de que tienen razón. La justicia, queridos Amigos, estaba en el lado de los luchadores por la libertad en aquel entonces y también hoy. Esta verdad sostuvo a nosotros aquí, en el centro de Europa: la verdad de los húngaros. Y nosotros llevamos siglos queriendo siempre lo mismo, tanto en el 56, en 2006, como hoy. Justicia para Hungría.

No se puede pensar que tengamos razón en todas las situaciones, pero siempre tenemos razón cuando al atacarnos, nos protegemos. Tenemos razón cuando nos mantenemos firmes a favor de la verdad de nuestros abuelos y nuestros padres, sobre cómo hay que y cómo vale la pena vivir. Qué es lo valioso y qué es lo que carece de valor en la fugaz y evanescente vida humana. Esta es la verdad que da una fuerza invencible. La verdad de los húngaros radica en Vosotros, queridos Amigos, en todos vosotros, está injertada en vuestra alma. Escuchadla. Anunciadla y actuad según lo que sugiere. Y si el tiempo llega, entonces poned delante de vuestras casas y protegedla. Si queremos proteger la seguridad de nuestras familias, las fronteras de nuestro país, el futuro de nuestros niños, los frutos de nuestro trabajo, nuestra pensión, nuestro salario, la reducción de los gastos de viviendas, si queremos conservar nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestro idioma, o sea, si queremos salvaguardar la libertad de nuestra vida cotidiana, entonces todos tienen que poner de su parte en la lucha que nos espera. Lo que logramos ayer y anteayer, tendremos que defenderlo mañana. Lo que hoy es suficiente, mañana será poco. Contamos con todos los húngaros a los que les importa el futuro de Hungría. Para nosotros Hungría está en primer lugar, por lo tanto, al gobernar nosotros les va mejor incluso a aquellos que no votan por nosotros.

Estimados Presentes que conmemoran,

Sé que hay muchos que no toman en serio a nuestros contrincantes. Muchos piensan que ya hemos conseguido el desagravio por 2006, hemos obtenido victorias electorales una tras otra, las cosas del país van bien, pues no tenemos nada de que preocuparnos. Y es verdad: lo que hace la izquierda tiene que ver más con la industria del entretenimiento que con una política responsable. En los carteles han anunciado con enormes letras que nos derrotarían, y resulta que no han alcanzado ni hasta navidad. Se han organizado unas elecciones para sí mismos, pero no han podido ganar ni aquellas elecciones en las que los únicos candidatos han sido ellos. Se compiten por cuál de ellos podrá ser el lugarteniente local de Bruselas y de George Soros. Por quién podría ser el que domine a los húngaros por la gracia de ellos, quién podría ser el nuevo pachá de Buda, el nuevo presidente de la junta de gobernadores, o bien, el nuevo secretario del Partido. Lo dicen de manera abierta: colaboran hasta con el diablo tan solo para recuperar el poder. Su objetivo es quitar Hungría de las manos de María y colocarla a los pies de Bruselas.

Amigos,

Es cierto que por unos pocos partidos fracasados de la izquierda no haría falta reunirnos tantos, pero las personas sensatas no se hacen ilusiones. A nosotros no debe confundirnos la pálida razón de la izquierda húngara y sus ostensibles meteduras de patas. No es esto lo que importa. Lo que importa es la fuerza de los actores internacionales que los apoyan. Lo que es fuerte, lo que supone el verdadero desafío, incluso amenaza, es el hinterland internacional: dinero, medios de comunicación y una Red les apoya. Esta es una fuerza tan grave que solo puede ser derrotada por varios millones de húngaros unidos que juntos pueden sacarla del país. Lo decimos a tiempo: hasta ahora los que nos han mordido se han roto el diente, han dado en hueso. En vano fue enorme el enemigo, no nos fuimos corriendo, y ahora tampoco vamos a retroceder, porque sabemos que juntos lo vamos a hacer. Mirad a los que están a vuestro lado: si os miráis a los ojos, veréis que podéis contar uno con el otro. El otro hará todo para atravesar incluso el más grueso muro. Esta es nuestra fortaleza, esto es nuestro hinterland, y no hay tantos dólares o euros en todo el mundo que podría quitarnos esto. Vinimos, vimos y vamos a vencer de nuevo.

Dios encima de todos nosotros, Hungría delante de todo. Arriba Hungría, arriba húngaros.